A veces se nos olvida lo vulnerables que somos ante los deseos que gobiernan a nuestra carne, y es que recuerda que cuando venimos a Cristo nuestro interior cambio, nuestro espíritu se renovó, pero nuestra carne sigue siendo la misma.
Nuestra carne está viciada por los deseos engañosos, anhela un placer momentáneo que luego se convierte en un dolor para nuestro espíritu y es que todos aquellos que hemos tenido un encuentro genuino con Dios nos sentiremos avergonzados cuando en momento determinado nos hemos dejado llevar por nuestros instintos pecaminosos.
Cada uno de nosotros trae un instinto pecaminoso que nos induce por naturaleza a hacer lo malo, pero cada día de nuestro existir tendremos una lucha constante, entre lo que no queremos hacer y nuestracarne nos induce a hacer, contra anhelar hacer la voluntad de Dios apartándonos del pecado.
Debemos vivir cada día cuidando que nuestra vulnerabilidad al pecado no nos lleve al fracaso, sino que cada día podamos buscar más del Señor para ir moldeando esas áreas débiles de nuestra vida, permitir al Señor que como Gran Alfarero pueda realizar una obra maestra en nosotros.
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.
Efesios 4: 22-24